viernes, 24 de julio de 2009

La inocencia de María y su pecado.


Sórdida mirada, cabellos revueltos, mejillas adornadas de barro, profundos ojos celestes, en un rostro tiznado de negra agonía. Labios que no mienten, la cruda realidad. Manos vencidas de pedir, lo que no llegara. Tiene 10 años, la mirada de una anciana, despojada de toda esperanza, adoptada la mansedumbre de todo lo que le tocara. No ríe, no llora, solo le resta observar, un destino que se empecinó en marcarla. Le robó la infancia, el calor, y lo que algunos ridículamente llaman amor, que ella no consigue comprar, ni tan solo con los treinta pesos, que consigue diariamente, mendigando su cuerpo.
Las lágrimas anteriores, le recuerdan la crueldad, pero ya no llora. No sabe lo que es la maldad, desconoce la bondad. Se le desdibujaron sus imágenes infantiles, la trasladaron a goces de viejos, ella que no sabía ni jugar. Canjeó bicicleta, por un colchón inmundo, mezcla sin par de descanso y labor.
No sabe soñar, no sabe recrear. Solo sabe que al final del día, en su pequeña mano, se apilan sucios billetes, que hablan de la corrupcion.
María no llora, solo troca soledad por dolor, abandono familiar por supervivencia a cualquier coste. No sabe del amor familiar, sabe que esta sola, y debe sobrevivir en andenes oscuros.
Cuando duerme, su cuerpito se convulsiona, grita en sueños, agoniza en pesadillas, el recuerdo de lo que debería haber sido, se confunde agónico en una noche helada, se despierta mojada las mejillas...y se pregunta del extraño fenómeno.

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