
Adormecida por un mentiroso candor,
me cobijé en tus brazos,
pero no soñaba,
sino que eran retazos de sueños ajenos.
Un día me despegué de esos brazos
y caí en la cuenta que el cerco protector
solo atenazaba libertades.
Un día decidí sacudir almohodones
y escaparle al cómodo letargo.
El día que decidí reencontrarme
y volver a empezar.